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Blonde (2022) y Elvis (2022): Luces y sombras de la mitología pop | Pura Virtud

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Analizamos dos de las mejores películas del año otorgándoles toda la importancia que se merecen: Blonde (2022), de Andrew Dominik, sobre Marilyn Monroe; y Elvis (2022), de Baz Luhrmann, sobre Elvis Presley. Más allá de las geniales interpretaciones de Ana de Armas, Bobby Cannavalle o Adrien Brody; y de Austin Butler y Tom Hanks; profundizamos en la importancia dentro del imaginario que tuvieron Marilyn Monroe y Elvis Presley tal y como aparecen, respectivamente, en ambas películas. Dos biopics que son mucho más: un auténtico fenómeno cultural de revisión de la segunda mitad del siglo XX en la cultura popular de los Estados Unidos. Se trata de un auténtico buceo dentro de las luces y sombras de la mitología pop, analizando la cultura de masas y la importancia de la sexualidad dentro de la misma.

"Los dos últimos siglos de Occidente han sido, en lo cultural, norteamericanos. Esto es, narrativos. Aunque la propia literatura europea del siglo XIX ya anticipó dicho giro, abandonando un modelo arquetípico de la narrativa para adoptar, a cambio, uno psicológico; fue la ficción anglosajona, proveniente de Laurence Sterne y en buena medida culminante en James Joyce, la que introdujo el cambio definitivo. De una concepción trágica de la narración se ha pasado a una recreación tragicómica que pretende abarcar la vida. Es el paso de una ficción breve, catártica y de sentido a una ficción contingente, inabarcable y abrupta. Aunque la novela fue inicialmente española y en cierto sentido europea, fueron los epígonos anglosajones de Cervantes los que mejor supieron entender el potencial inexplorado de la novela; al menos, hasta el desarrollo de una narrativa norteamericana sólida.
Frente a los ejercicios prosísticos y filosóficos propios de la novela clásica europea, el éxito cultural estadounidense ha consistido en, hasta la fecha, dos siglos de indiscutible dominio, más allá de la inmarcesible valía de algunos grandes nombres europeos de la novelística, de una escuela implícita caracterizada por la solidez verbal, el virtuosismo técnico y la capacidad única para trasladar su condición de “hombres hechos a sí mismos” (Self-made man) a la narrativa: son gentes capaces de crear un mundo gigantesco a la medida de su voluntad y de su ego. Si la vida, desde Heráclito, no es más que el fluir de un cambio constante; la ficción, desde esta concepción centrada en la acción y la estructura sobre otros elementos estéticos predominantes en concepciones previas, se basa en la preeminencia del argumento como sucesión de acontecimientos recogidos por la voz narrativa. Se trata del paso de una solidez filosófica propia de la cultura donde confluyen Atenas y Jerusalén a la vacuidad de una cultura donde más allá de lo visible sólo aguarda la nada. Sólo que la vacuidad puede ser tan agradable como el sabor de una hamburguesa con queso.
Si la concepción tradicional del arte implica que la obra artística es el recipiente concreto de un conocimiento metafísico; una concepción moderna, desacralizada, huera, entiende que el arte no remite a nada: es mero continente vacío cuyo contenido se justifica en sí mismo. Por eso es que la narración prima sobre el discurso: no puede existir causalidad en el arte porque tampoco hay nada más que casualidad en la vida. Si a dicha técnica estrictamente formal le arrebatamos el entramado artificial de su estructura no encontraríamos nada: se agota en su propia existencia, sin mayores pretensiones. Lo que, en confluencia con una necesidad vanguardista de innovación constante, deriva en el culto a la sublimación de la forma. Es aquello que certificó William Gaddis en Los reconocimientos (1955): no hay anagnórisis posible cuando la técnica ha alcanzado tal grado de complejidad y autonomía. En palabras de Kurt Vonnegut, “En ningún otro lugar ha tenido el número cero más valor filosófico que en los Estados Unidos”.
Sólo queda el oficio de narrar: contar para cobrar, mientras aún se pueda. Con ello se cierra el círculo incoado con Heródoto: la Historia con mayúscula no es más que un conjunto de historias humanas minúsculas, sí, pero lanzadas contra el olvido. Poesía. Como mitología de quien no quiere olvidar aquello que ya pocos saben. Sólo en la narración cabe hablar del tiempo sin distorsionar su funcionamiento: comprobando sus consecuencias más tangibles sobre lo vivo. La contradicción que toda teoría filosófica soslaya es en buena medida el principal motor de funcionamiento de la ficción. Porque la vida, tal y como dirá siempre el narrador, supera con creces todo afán cerrado de conceptualización."

Fuente original: https://elcorreodeespana.com/cine/273641992/La-lucha-por-el-imaginario-Por-Guillermo-Mas.html


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Elvis Presley
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